EL TOCAOR JEREZANO, EN LA NOCHE DE DIFUNTOS

En el bar El Camioncito, una chica con la palabra “Sempiterno” tatuada en un brazo me emborracha, mientras el cuponero de la Once, vende una fortuna por unos euros. Detrás de mí, tres mujeres veteranas de mil guerras y muchos amores, confiesan sus pecados. Saco mi libreta y repaso una historia que me acaban de contar.
Hace mucho tiempo, un “tocaor” (guitarrista), de la calle del Pollo, se casó. Cuando tuvo hijos, el pobre músico se vio en aprietos para mantener a su familia. Se encontraba en una situación desesperada.
Un día le dijo a su esposa:
—Mira, María, si en este momento el mismo diablo me contratara para ir a tocar a los infiernos, allá iría yo con tal de conseguir dinero para salir de apuros.
—Deja de pensar tonterías —le dijo la mujer—
Ya estaba oscureciendo cuando el hombre vio que a lo lejos venía alguien, alto, flaco y vestido de negro. Cuando estuvo cerca de él, le preguntó:
— ¿No sabe usted de alguien que sepa tocar la guitarra? Porque esta noche voy a dar una fiesta y ando buscando a alguien que vaya a tocar.
El músico, muy animado, le contestó:
—Yo sé tocar y, si usted no tiene inconveniente, puedo ir a su fiesta.
—Bueno, pues a las doce de la noche pasaré a por ti, prepárate y espérame en la puerta de tu casa.
Y, sin esperar respuesta, se alejó rápidamente. Muy contento se preparó. A las doce en punto, salió por la puerta de su casa. También en ese momento, muy puntual estaba el hombre de negro.

Delante de una casa señorial, dos criados se acercaron y abrieron el portón. El lugar estaba muy iluminado, pero no se veía de qué lugar salía aquella luz. El músico acomodó su instrumento y comenzó a tocar. Con esto se inició la fiesta flamenca, que duró horas. La gente no se cansaba, pero el músico sí de tocar. Cuando ya se iba a tomar un ligero descanso, se le acercó una señora que le parecía familiar de su barrio pero, según creía, ¡esa señora había muerto hace tiempo! Todo eso le hacía sentir un temblor por todo el cuerpo.
La mujer le dijo que no se pusiera nervioso, que solo iba a ayudarle:
—Nada malo va a pasarte, no tengas miedo. Si te ofrecen vino, no lo tomes porque es vinagre. Si te dan cigarrillos, no los aceptes porque en vez de tener tabaco tienen veneno. ¿Ves a tus familiares y viejos amigos detrás de esa mesa? Hace ya tiempo que están aquí con nosotros, pero aún no los míos… Por favor, cuando vuelvas a tu casa y calle, diles a mis familiares que estoy arrepentida de la vida que llevé, que, por favor, me perdonen.
Tras esto, arrancó un trozo de la falda y le pidió que se lo enseñara a sus familiares para que le creyeran.

Terminada la fiesta, el hombre de negro le llenó la funda de la guitarra con dinero. Al amanecer, la esposa fue a pedirle dinero para la compra, pero como el músico estaba muy nervioso, solo le dijo que tomara lo que quisiera de la funda de su guitarra.
Así lo hizo su esposa y, sobre el instrumento, encontró el pedazo de la tela de la falda con que habían enterrado a doña Pepa, una antigua vecina. Cuando quiso sacar dinero, empezaron a salir sapos, lagartijas, arañas y alacranes. Al final, encontró unas cuantas monedas, lo mínimo que su marido ganaba por tocar una noche.