El infierno, el limbo y el purgatorio han preocupado a lo largo de la historia tanto a los fieles como a los papas. Algo muy serio.
En el Concilio de Trento, apoyada en la autoridad de las sagradas Escrituras y en la constante tradición católica, se definió solemnemente, en la sesión veinticinco, “que no solo existe el Purgatorio, sino también que las almas que allí son detenidas pueden ser ayudadas con los sufragios de los fieles y especialmente con el adorable sacrificio de la Misa”.
La palabra Purgatorio no se halla formalmente expresada en los Santos Evangelios si existe en el otro mundo un lugar donde ciertos pecados, por no ser graves, pueden ser perdonados, este lugar no puede ser otro sino aquel que llamamos Purgatorio, porque los pecados de los condenados son irremisibles.
El papa Benedicto XVI ha asegurado que el purgatorio no es un lugar del espacio, del universo, «sino un fuego interior, que purifica el alma del pecado».
Los de Jerez cuando tienen una cita importante a la que no pueden faltar, solicitan a las Ánimas del Purgatorio que les despierten, como así sucede porque las Ánimas nunca duermen. Ellos mismos se cuidan, y mucho, de incumplir una promesa hecha a las Ánimas ya que jamás volverían a dormir en paz.
Los jerezanos que le quieren dar esquinazo al Purgatorio saben que el Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. Dado al General de la Orden del Carmen, San Simón, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno».
De esta forma, para todo aquel en la ciudad que lleve el Escapulario consigue que a lo sumo el tiempo de estancia en el Purgatorio sea como mucho, de siete días. ¡Una ganga!