Pi y Margall, es uno de esos santos que da la historia española y al que tengo con letra negrita en mi santoral particular, el mismo en donde no aparecen, ni por equivocación, personajes humanos de religión alguna. Este catalán, de los de verdad, cuando murió en el año 1901, los anarquistas alzaron en pavés su féretro sencillo y a hombros lo llevaron hasta el cementerio civil entre continuos vítores. “Todos los partidos sin excepción y toda la prensa rindió tributo de respeto y admiración al anciano tribuno republicano y exaltaron sus virtudes míticas de hombre honesto, político incorruptible, defensor sin concesiones de sus ideales democráticos, federales y de emancipación colonial y obrera. Nunca en la historia española, un político, que jamás había abandonado su trinchera de extrema izquierda, alcanzaba un reconocimiento tan unánime”.
En Arcos de la Frontera, y en un cruce afortunado de mi vida, tuve la ocasión de conocer a un tataranieto de Pi y Margall, algo que no sucede todos los días.
Ahora, en la Biblioteca Central de Jerez, recibo el alimento espiritual de las palabras de su antepasado, un republicano con “cojones”, un hombre bueno. “Por falsas ideas de honor va el hombre al duelo y al suicidio, mata la mujer en su seno al hijo del estupro y arma la nación su brazo contra el extranjero. Por falsas ideas de gloria, recorre el conquistador la tierra, llevando en la grupa a la muerte. Por la falsa economía que entre nosotros reina, encarecemos a porfía los servicios que prestamos, y vendemos a precios fabulosos los dones que graciosamente recibimos de la naturaleza. Merced a la general costumbre, buscamos ya sin repugnancia el lucro en estériles agios, en la pobreza de nuestros semejantes y en los mismos azotes que de vez en cuando nos afligen”.